pitpan
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« : 13 de Enero de 2009, 02:05:36 pm » |
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No soy muy amigo de pronunciarme públicamente sobre mis ideas, pero todo tiene un límite, así que ayer no pude evitar escribir esto y mandarlo a los periódicos locales. Hoy ha aparecido publicado en dos de ellos, y también lo he publicado en Facebook. Por si acaso, os dejo una copia aquí. Si creéis que pudiera interesarle a alguien más, no dudéis en distribuirlo. Es un poco largo, eso sí.
EL PRECIO DE LA PAZ
Durante estas fiestas navideñas he observado que ha sido el turrón y no el ataque indiscriminado de Gaza lo que ha empeorado mis digestiones. Han sido las compras de reyes las que me han robado el sueño, y no las muertes culpables de niños inocentes. La previsible cuesta de enero y la evolución del euribor me han desasosegado más que la impunidad de un estado asesino y cruel que ha practicado una vez más el que podría ser su deporte nacional desde tiempos bíblicos: el exterminio. Agotadas ahora las excusas festivas, quizás nos corresponda reflexionar un poco en voz alta.
Larga es la historia de este conflicto, mucho más de lo que llegamos a imaginar, aunque parece que el estado de Israel ha encontrado por fin una solución. Desconozco si a la ofensiva militar se le ha puesto un nombre, pero en caso de que no haya sido así, propongo tentativamente el de "Solución Final" del problema palestino. Hace no demasiado, para oprobio de la humanidad entera, hubo quien tomó una medida semejante y "solucionó" a seis millones de judíos de forma irreversible. Este tipo de soluciones siempre cuentan con adeptos, defensores acérrimos de la doctrina de la utilidad, justificando la presunta bondad del fin la impiedad de medios cualesquiera. Evidentemente, dos no se pelean si uno no quiere. Y esto es todavía más verdad en el caso de que uno de ellos sea previamente aniquilado. Uno sólo no puede pelearse, salvo que muestre algún rasgo esquizoide, claro.
No hay justificación posible para Hamás, lanzando cohetes sobre la población civil israelí. Pero sí que la hay para el bombardeo de escuelas en Gaza, la construcción de un nuevo muro, que encierra a toda una nación en su propia miseria, o a la vergonzante actitud de la comunidad internacional, tan tibia en su reacción como moderada en su crítica por la inefable protección estadounidense. Y esta justificación es que el odio está tan enraizado que no hay otra solución que el exterminio de una de las partes. Paz a ultranza, órdago mayor del pacifismo, orgía de sangre previa a una paz ganada por incomparecencia del rival. Todo diálogo, toda negociación, requiere de un respeto mutuo, el establecimiento de ciertas reglas de juego y una equivalencia de posiciones, requisitos que ni se dan ni pueden darse a corto o incluso medio plazo. Por lo tanto, el fin de la violencia requiere, paradójicamente, de una violencia extrema. O así parece entenderlo el gobierno israelí, tan librepensador y demócrata como los bulldozers con los que derriba viviendas palestinas. Hay razones en ambas partes, pero hasta ahora sólo han conducido a la sinrazón.
Como digo, no hay justificación posible para el terror palestino de Hamás. Pero que no haya justificación no quiere decir que no podamos entender los motivos, que no podamos empatizar al menos en parte con la desesperación de un pueblo. La aniquilación de una nación se inicia con la destrucción de su dignidad, y la comunidad internacional es responsable aquí de todos los conflictos del próximo oriente, tanto por acción como por omisión. La sangre de cada uno de esos niños muertos salpica nuestras conciencias. Cada una de las piezas del muro es un monumento a la intolerancia, una parte necesaria del inacabable puzzle de la injusticia. Cada resolución de la ONU torpedeada por los Estados Unidos con su veto o directamente incumplida por Tel Aviv es una bofetada en el maltrecho rostro de Santa Democracia nonata, virgen y mártir. La tierra que cubra a los muertos en el conflicto enterrará también nuestras esperanzas y nuestro futuro común.
De continuar así las cosas, la paz será una inevitable realidad dentro de muy poco, para desgracia, vergüenza y descrédito de todos nosotros. No se puede comprar la paz a cualquier precio. No se debe tolerar la violencia, pero menos aún la búsqueda de esta paz asesina, esta guerra encubierta que no es más que un monólogo israelí, que responde con misiles a las pedradas, que viola sistemáticamente todas las reglas en pos de sus intereses. Quisiera poder decir que soy imparcial, pero no puedo permitírmelo: quisiera que la comunidad internacional pudiera, con su escasa fuerza combinada, parar el avance de este Goliat sediento de sangre. ¿Quién podría ser ese nuevo David? ¿Quién querría serlo? ¿Quién podría permitírselo? Muy probablemente, ningún estado. Ante este silencio, serán los hombres y las mujeres los que deban alzarse, pero no allí, en Palestina, sino aquí. Rebelarnos contra la hipocresía, decir muy claramente que no consentimos que se calle en nuestro nombre y alzar la voz, y no sólo ésta si fuera necesario, contra todo aquél que atente contra la humanidad. Fue Martin Luther King quien dijo que “la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes”. A mi, sólo me resta decir que la paz comprada con el fuego de las armas tiene una hipoteca que nadie podrá pagar nunca.
Un último apunte filológico: durante estos días, diplomáticos israelíes se han encargado de demonizar con el motete de "antisemitas" a todas las naciones, instituciones y personas que se han atrevido a disentir contra la barbarie. Estos mismos diplomáticos harían bien en abrir el diccionario antes que la boca, ya que las víctimas que caen bajo el fuego israelí son tan semitas o más que los que disparan contra ellos.
Eduardo Robsy Petrus 12/01/2009
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